jueves, 7 de octubre de 2010

Como un chasquido de dedos


A principio de los años 90 yo estaba buscando trabajo. Shivamai se enteró, y me llamó porque se había reencontrado con una antigua conocida; que apenas la vio había sabido que tenía que presentarnos, y que ya que yo estaba sin trabajo y ella tenía una empresa, le parecía una buena idea que yo trabajara ahí.

El trabajo era todo lo contrario de lo que yo quería: haciendo ventas, sin sueldo fijo, sin cartera de clientes, sin un producto competitivo que vender, en un rubro que yo desconocía por completo. Igual lo acepté agradecido.

Para esta mujer tenerme de empleado tampoco le era beneficioso, pero ella debe haber aceptado igual que yo, suponiendo algún motivo más allá de nuestro entendimiento.

A partir de ahí se dieron dos situaciones:

Por un lado, Shivamai se la pasaba repitiendo a todo el mundo que yo me iba a convertir en un gran empresario, que mi futuro era prometedor y otras maravillas. A partir de ahí, varios en Pratibha me repetían lo que ella decía, felicitándome por adelantado.

Por otro lado, yo me ponía el traje, iba a la oficina todos los días, llamaba a posibles clientes levantados de las páginas doradas y trataba de cerrar una operación. Nunca tuve éxito. Ni una sola vez cerré un trato ni cobré un peso.

De alguna manera extraña, aunque lo que cobraba mi mujer entonces no alcanzaba ni para cubrir el alquiler, nunca nos faltó lo indispensable para vivir razonablemente.

El tiempo pasaba y los fracasos eran cada vez más frustrantes. Así y todo no quería dejar el puesto, por el mismo motivo por el que lo había aceptado en primer lugar.

Después de nueve meses dije basta. No podía más, era desesperante. No entendía qué había pasado, tenía muchas ganas de que Shivamai me diera una larga explicación de por qué las cosas habían salido así. En cambio, ella no parecía tener ninguna necesidad de explicarme nada y nunca había vuelto a hablar al respecto.

Tardé un tiempo en encontrar una situación como para preguntarle. Cuando por fin lo hice, sentados a solas, descargué mis nueve meses de desconcierto pidiéndole una explicación. Ella me contestó, “yo creo que es un karma que se fue así”, y chasqueó los dedos.

Así dio por terminada la conversación. Nunca más hablamos del tema.
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